Francisco Buiza Fernández (Carmona, 1922-Sevilla, 1983) fue un escultor e imaginero que se convirtió en uno de los mayores exponentes del arte religioso español de la segunda mitad del siglo pasado. Representó, junto a Luis Ortega Bru, la máxima exacerbación de las fórmulas escultóricas del neobarroco sevillano, llevando hasta cimas difícilmente superables el angustioso dramatismo de sus obras.
Desde pequeño mostró interés por el arte del modelado y la realización de figuras de barro para belenes. Muy joven se trasladó a Sevilla, donde fue discípulo del escultor Sebastián Santos. A partir de 1953 se estableció en un taller propio.
Fue un gran admirador de la escultura barroca del siglo XVII, especialmente de la obra de Martínez Montañés y Juan de Mesa. Entre sus alumnos se encuentran diversos artistas reconocidos en el campo de la imaginería religiosa, como Luis Álvarez Duarte y Juan Manuel Miñarro.
Su obra se encuentra repartida por toda España, principalmente en Andalucía. Junto a los numerosos méritos artísticos que atesoró, la mayor virtud de Buiza fue la de aportar, además de un excepcional conocimiento de la técnica estatuaria, un dominio absoluto a la hora de armonizar la apolínea belleza de sus figuras con las desgarradas tensiones emocionales que soportaban, gracias a un impecable y provechoso aprendizaje iniciado a la temprana edad de diecisiete años.
En 1974 realizó la imagen de Ntro. P. Jesús Atado a la Columna, que representa al Divino Redentor en el Misterio de su Sagrada Flagelación.
La imagen del Señor aparece junto a la columna, a la que está atado mediante una cuerda a una argolla situada en la parte superior de ésta. El Señor se sitúa a la derecha de la columna con el cuerpo inclinado sobre la columna, que contrasta con el giro de la cabeza hacia el lado contrario. La posición de las piernas es abierta, con el pie izquierdo adelantado, mientras que permanece retrasado el pie derecho del que levanta ligeramente el talón. La cabeza tiene una abundante cabellera que cae a los lados de la cara y sobre los hombros y presenta una barba bífida. Destaca la enorme expresividad de las manos, juntas y sobre la columna, en la que se aprecia la crispación y el dolor por los azotes que está recibiendo. El cuerpo apenas se cubre con paño de pureza en la cintura, atado mediante un nudo de una gruesa soga en la cadera derecha, que aparece descubierta.