El próximo día 8 de diciembre, solemnidad de la Inmaculada Concepción, el papa Francisco inaugurará oficialmente en Roma el Jubileo de la Misericordia convocado el pasado 11 de abril bajo el lema “Misericordiosos como el Padre” (Lc 6,36). Dicho lema contiene una propuesta muy concreta: Vivir la misericordia siguiendo el ejemplo del Padre, que pide no juzgar y no condenar, sino perdonar y amar sin medida.
En la bula de convocatoria, “Misericordiae vultus”, el papa Francisco nos dice que la misericordia es uno de los contenidos centrales de la fe cristiana. Nos recuerda además la enseñanza de san Juan XXIII, que hablaba de la “medicina de la misericordia”, y del beato Pablo VI que llamó a la Iglesia “samaritana de la humanidad”. Con estos precedentes, el papa Francisco sitúa el tema de la misericordia bajo la luz del rostro de Cristo, que rezuma piedad, misericordia y amor.
Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre, «rico en misericordia» (Ef. 2,4), quien después de haber revelado su nombre a Moisés como el «Dios compasivo y misericordioso, lento a la ira, y rico en amor y fidelidad» (Ex 34,6), en la plenitud de los tiempos envió a su Hijo nacido de la Virgen para revelarnos de manera definitiva su amor. Jesús con su palabra, con sus gestos y sus signos revela la misericordia de Dios. Su persona no es otra cosa sino amor. Un amor que se dona y ofrece gratuitamente.
Los milagros que realiza tienen el sello de la misericordia hacia los pecadores, los pobres, los excluidos y los enfermos. En Él todo es misericordia. Nada en Él está falto de compasión. Su misericordia y su compasión tienen su culmen en el Calvario, en el que se inmola libremente por toda la humanidad.
En la bula Misericordiae vultus nos dice el Papa que “la misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia”. Nos dice también que la Iglesia debe ser la casa de la misericordia, del servicio gratuito, de la ayuda, del perdón y del amor. Nunca debe cansarse de ofrecer misericordia, estando siempre dispuesta a confortar y perdonar. Todo en la pastoral de la Iglesia debe estar revestido por la ternura con que trata a sus hijos. Nada en su anuncio de Jesucristo y en su testimonio ante el mundo debe carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del amor misericordioso y compasivo. La vida de la Iglesia es auténtica y creíble cuando hace de la misericordia su razón de ser. Nuestras parroquias, asociaciones, movimientos y hermandades deben ser oasis de misericordia.
Los hijos de la Iglesia debemos caminar por la vía de la misericordia, de la entrega y el servicio humilde, haciéndonos siervos y servidores de los hermanos, saliendo a las periferias existenciales, a las situaciones de precariedad y sufrimiento, de las que son víctimas aquellos hombres y mujeres que no tienen voz porque ha sido acallada por el egoísmo de sus semejantes. En el ya cercano Jubileo, todos nosotros estamos llamados a curar estas heridas, a aliviarlas con el óleo del consuelo, a vendarlas con la misericordia y a curarlas con la solidaridad fraterna.
Practiquemos en este tiempo de gracia las obras de misericordia corporales, que son dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, dar posada al peregrino, vestir al desnudo, visitar al enfermo, socorrer a los presos y enterrar a los muertos. Las obras de misericordia espirituales, tan importantes como las corporales, son: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que yerra, perdonar las injurias, consolar al triste, sufrir con paciencia los defectos de nuestros prójimos y rogar a Dios por vivos y muertos. Tenemos aquí todo un programa para este Jubileo: estar cerca y socorrer a los pobres y necesitados, bien individualmente, bien comunitariamente desde nuestras Cáritas en este año de la Misericordia.
En este año estamos llamados además a redescubrir la hermosura del sacramento de la misericordia, el sacramento de la penitencia, del perdón y de la reconciliación con Dios y con los hermanos, que en los últimos decenios se ha debilitado un tanto, de modo que ocupe el lugar que le corresponde en nuestra vida personal y comunitaria, como manantial de vida interior, de fidelidad y de santidad, como sacramento de la paz, de la alegría y del reencuentro con Dios.
Que el Señor nos ayude a todos a aprovechar esta gracia actual que el Santo Padre nos ha regalado y que nosotros abriremos en nuestra Catedral el 13 de diciembre, tercer domingo de Adviento. Que sea para todos un auténtico acontecimiento de gracia, que nos mueva a ser “Misericordiosos como el Padre”, a convertirnos, a aprovechar este tiempo de renovación espiritual. Dediquemos tiempo a la escucha orante de la Palabra, para contemplar la misericordia de Dios y asumirla como estilo de vida.
Para todos, mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla