El próximo domingo día 30 de junio, el más cercano a la solemnidad de los santos Apóstoles Pedro y Pablo, celebraremos el Día del Papa, en este año en que el Sucesor de Pedro ha estado excepcionalmente presente en los Medios de comunicación y, sobre todo, en la mente y en el corazón de los católicos.
Efectivamente, hemos vividos unos meses de una intensísima tonalidad eclesial. El 11 de febrero el Papa Benedicto XVI anunciaba su renuncia la ministerio de Supremo Pastor para seguir sirviendo a la Iglesia de un modo nuevo y precioso, desde el ocultamiento y la plegaria, dándonos así un testimonio emocionante de humildad, libertad de espíritu, amor a la Iglesia, convencido de la primacía de la gracia por encima del activismo, los planes y los programas pastorales.
Después de la despedida del Papa, nuestra Archidiócesis se unió a la plegaria de toda la Iglesia pidiendo al Espíritu Santo el Papa según el corazón de Dios que la Iglesia y el mundo necesitan en estos momentos. Y Dios que no abandona a su Iglesia, en la tarde del miércoles 13 de marzo, después de un cónclave excepcionalmente corto, nos concedía un nuevo Padre y Pastor, el Papa Francisco, cuya figura fue recibida con gran alegría y esperanza por los hijos de la Iglesia.
A lo largo de estos meses hemos ido conociendo su biografía, sus orígenes sencillos, sus estudios de ingeniería química, su ingreso en la Compañía de Jesús, su humildad, bondad y austeridad; su excelente preparación intelectual, su recia vida interior, su amor a Jesucristo y a los pobres, y su entrega a la Iglesia, primero en el interior de la Compañía de Jesús y después como Arzobispo de Buenos Aires y Presidente de la Conferencia Episcopal Argentina. La elección del nombre de Francisco y sus primeros gestos nos han permitido entrever un pontificado perfumado de aromas evangélicos, que nos reclama a todos la vuelta a lo esencial, la vuelta a Jesucristo y su Evangelio. No podemos dudar de que es el Espíritu Santo quien lo ha elegido, gracias a la elección responsable de los cardenales y a la oración insistente de la Iglesia.
La doctrina sobre el ministerio de Pedro en la Iglesia pertenece al núcleo de la fe más genuinamente católica. A lo largo de su vida pública, Jesús delinea la arquitectura constitucional de su Iglesia instituyendo el colegio de los Doce, al que sucede el Colegio episcopal, poniendo a Pedro como piedra fundamental y principio de unidad, firmeza y estabilidad del edificio de la Iglesia (Mt 16,17-19). Al mismo tiempo, le encomienda la misión de atar y desatar, de enseñar con autoridad, de regir y santificar al nuevo Pueblo de Dios y confirmar a sus hermanos en la fe (Lc 22,31-32). Para ello, le concede el carisma de la infalibilidad. Como sucesor de Pedro, el Papa no sólo es Obispo de Roma, sino también Obispo de toda la Iglesia, Vicario de Cristo y signo de la presencia continuada de Jesús en la tierra.
Por ello, hemos acogido al Papa Francisco como al que viene en nombre del Señor (Lc 19,38). Esta ha sido siempre la actitud de la Iglesia con el Sucesor de Pedro. Es la actitud que os pido a todos en este momento: vivir la comunión con el Papa Francisco, acogiendo sus enseñanzas interna, cordial y obsequiosamente, con obediencia sobrenatural, sabiendo que acogiendo las enseñanzas del Papa, acogemos las enseñanzas de Cristo a quien representa. De ahí nuestro afecto entrañable y filial, de ahí nuestra devoción y amor al Papa, algo que pertenece a la entraña más original de la fe católica.
Si todos los días hemos de orar por la persona, ministerio e intenciones del Papa, mucho más debemos hacerlo el próximo domingo en nuestra oración personal y en las celebraciones eucarísticas de nuestras parroquias y comunidades. Es ésta una fecha muy indicada para renovar el amor y la devoción por el Papa y para ayudar con nuestras limosnas, con el llamado Óbolo de San Pedro, al sostenimiento de la Sede Apostólica y al ejercicio de la caridad del Papa, que atiende a las innumerables solicitudes de ayuda que, como pastor universal, recibe del mundo entero. Atiende, sobre todo, al grito de los pobres, de los niños, ancianos, marginados, emigrantes, refugiados, víctimas de las guerras y desastres naturales. El Papa, como Cabeza del Colegio Episcopal se preocupa también de las necesidades materiales de las diócesis pobres.
Acude además en ayuda de los misioneros, que promueven infinidad de iniciativas pastorales, evangelizadoras, humanitarias, educativas y de promoción social en los países más pobres de la Tierra. Para ello necesita la ayuda de toda la Iglesia. Por ello, pido a todos los sacerdotes que el próximo domingo hagan con especial interés la colecta, que será también un signo elocuente de nuestro amor al Papa.
Con mi gratitud anticipada, a todos os envío mi saludo fraterno y mi bendición.
+ Juan José Asenjo Pelegrina
Arzobispo de Sevilla